Hace muchos años un humilde granjero escocés de apellido Fleming estaba realizando sus labores cotidianas y, de repente, escucha el pedido de auxilio de un niño que había quedado atrapado en un pantano hundiéndose lentamente, milagrosamente pudiéndolo salvar de la muerte. Al día siguiente a la casa del granjero llega un lujoso carruaje del cual desciende un noble caballero, para darle las gracias por haber salvado la vida de su hijo y ofreciéndole una recompensa monetaria por tal acto de arrojo, a lo que Fleming se negó a aceptar, puesto que consideraba su obligación al actuar como lo hizo. En ese preciso instante sale de la casa el hijo del granjero, y el caballero ofrece pagarle una educación similar a la recibida por su propio hijo, con el argumento de que si es tan buena persona como el padre, seguramente todos saldrán beneficiados.
El niño auxiliado se llamaba Winston Churchill (1874 -1965), quien posteriormente fuera primer ministro británico, y a quien su padre pagó los estudios fue Alexander Fleming (1881 – 1955), el descubridor de la penicilina. Años más tarde Winston padeció una severa pulmonía y logró salvar su vida gracias al formidable antibiótico descubierto por Alexander, el cual sigue siendo utilizado hasta nuestros días.