Resulta sensato afirmar que, un acto terrorista, lo es con independencia de quién sea su ejecutor y de quien o quienes resultes sus víctimas.
Hacer distinciones entre la gente que sufre o, los generadores de violencia, implica tomar partido en actos de barbarie que conducen a la más primitiva irracionalidad, cómo es dividir a la población mundial entre “buenos y malos”; los primeros para asumir el rol de potenciales víctimas arrogándose el derecho a una brutal represalia, mientras que los segundos para pagar culpas propias y redenciones ajenas.