El siniestro servicio de inteligencia soviético, cuyas siglas eran KGB, fue quien reclutó al turco Mehmet Ali Ağca para que asesine a Juan Pablo II, con vistas a una invasión por parte del Ejército Rojo a Polonia, lo cual hubiera originado un mar de sangre.
El Papa había expresado públicamente que si su país natal era atacado por Moscú, se trasladaría inmediatamente a Polonia para encabezar la resistencia al invasor comunista.
Los jerarcas del Kremlin se hubieran visto jaqueados, si el principal líder religioso del mundo se hubiera puesto delante de los miles de tanques que tenían listos para convertir a Polonia en una playa de estacionamiento.