La temporalidad del poder

 

Mientras no cambie la mentalidad del ser humano, algo que demandará muchos años, los políticos, salvo honrosas excepciones, seguirán siendo individuos propensos a la demagogia y las auto-justificaciones como forma de evadirse de la realidad cuando esta no se adapta a sus, en muchos casos, fantasiosas pretensiones y megalómanas ínfulas que parecerían hacerlos olvidar su temporalidad; escenario que se reitera en los países donde se practica el culto a la personalidad y se niegan los principios republicanos, convirtiendo al individuo en sirviente involuntario de una nomenclatura corrupta que tenderá a sumirlo en la ignorancia y las prebendas para doblegarlo  en lo moral y espiritual.

 

¿Que persona decente e inteligente se auto-inmolaría ingresando a un sistema de odio, envidia, traición y del resto de las peores cualidades humanas?

 

Para ellos el poder es como una droga adictiva, que genera crisis de abstinencia con tan solo entrever la posibilidad de perderlo.

 

El arte, la ciencia, la cultura, los afectos, la espiritualidad y el deporte a muchos nos llenan de felicidad, que sin lugar a dudas son incompatibles con esa feroz e inhumana lucha por la temporalidad del poder y la intrascendente inmediatez cotidiana.

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