Los individuos que recurren a la agresión, sea verbal o física, demuestran una tan evidente como lamentable debilidad interior y una ilimitada pobreza espiritual.
Resulta aún más grave, cuando la persona agredida es una mujer y el agresor un machista que, como todos los individuos de esa condición, resultan muy poco varoniles en el trato con sus semejantes.